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viernes, 8 de noviembre de 2013

LITERATURA DOMINICANA DE LA INDEPENDENCIA


El periodo de la literatura dominicana conocido como “Literatura de la independencia” surge y se desarrolla plenamente bajo la influencia del romanticismo, movimiento literario y artístico aparecido en Alemania hacia 1795 y que se extendió por toda Europa durante tres décadas. El romanticismo hispano americano abarca casi todo el siglo XIX y coincide con el proceso de las luchas independentistas de la mayoría de los países latino americanos. Pedro Henríquez Ureña lo ha situado entre 1830 y 1890. Se inició en América cuando ya estaba en decadencia en Europa. 

     Entre los autores románticos latino americanos sobre salen Esteban Echeverría, José Mármol, Jorge Isaacs, Domingo Faustino Sarmiento y Juan Montalvo. Además de la preocupación por el infinito, la ironía, la nostalgia, la exaltación del yo, la difusión de lo popular y la vuelta a las creaciones medievales como símbolo de lo legendario, características comunes del romanticismo europeo, los escritores hispano americanos y, en consecuencia los dominicanos, sumaron al romanticismo la fuerza y el esplendor de la naturaleza, la búsqueda constante de la libertad y la reafirmación de la nacionalidad a través de la revalorización de la historia. Luego del frustrado proyecto independentista dominicano de 1821, encabezado por José Núñez de Cáceres, el país cayó bajo el dominio haitiano por 22 años (1822-1844) Durante dicha ocupación las actividades culturales y artísticas se redujeron considerablemente en todo el país. 
    La mayoría de las escuelas y universidades suspendieron indefinidamente sus cátedras, los periódicos fueron clausurados y el poco material de lectura circulante en el territorio nacional estaba controlado por el gobierno. Por segunda vez en el todavía naciente siglo, numerosos dominicanos ilustres salieron del país hacia Puerto Rico, Cuba, Venezuela y España. Algunos de ellos, como los hermanos Javier y Alejandro Angulo Guridi, legaron valiosos textos a la literatura cubana. Núñez de Cáceres es quien aporta los primeros balbuceos a la literatura dominicana independentista. De sus textos políticos descolla el poema “A los vence-dores de Palo Hincado” difundido en el periódico El Duende, bajo su dirección. En 1838 los ideólogos del movimiento independentista fundaron la sociedad secreta La trinitaria y paralelo a ésta La filantrópica. 

     La primera tenía como objetivo ganar adeptos para la lucha liberadora y la segunda, mantener al pueblo informado, mediante recitales poéticos, representaciones teatrales y otros tipos de actividades artísticas, del programa político de los trinitarios. A partir de ese mismo año surge un grupo de teatristas, narradores y poetas que posteriormente conformarán el capítulo de la historia literaria dominicana conocido como “Literatura de la independencia”, en la que confluyen el ideal patriótico y la evocación del pasado indígena quisqueyano. 

     Además de encabezar la gesta emancipadora nacional, Juan Pablo Duarte figura junto a patriotas Juan Isidro Pérez y Pedro Alejandrino Pina entre los primeros versificadores nativos que escribieron composiciones poéticas orientadas, por un lado, a resaltar el papel histórico juzgado por sus compañeros de lucha y, por el otro, a fortalecer las ansias libertarias del pueblo dominicano. En los tres, empero, la orientación política de sus versos y la escasa destreza en el manejo del discurso poético evidencian que su acercamiento a la poesía fue sólo un recurso para divulgar su proyecto político. 

      El primer nombre importante del grupo inicial de los escritores independentistas es Félix María del Monte, quien desde muy joven estuvo ligado políticamente y culturalmente al movimiento emancipador capitaneado por Juan Pablo Duarte. Como patriota Del Monte perteneció a la sociedad secreta La Trinitaria y la sociedad cultural La Filantrópica y participó en las acciones militares de la Puerta del Conde y del 27 de febrero de 1844. En el campo del periodismo fundó los semanarios El Dominicano (1845) y El Provenir (1854) y colaboró con el Listín Diario. La mayor parte de sus escritos son de carácter patriótico, destacándose entre ellos: las letras del primer himno nacional dominicano (1844), La vírgenes de Galindo y Duvergé o las víctimas del 11 de abril. Del Monte fue uno de los primeros dramaturgos criollos que incorporó la desaparecida raza indígena quisqueyana a la literatura nacional a través de su drama Ozema o la joven indiana. Otros escritores notables de ese periodo son Manuel María Valencia, los hermanos Javier y Alejandro Angulo Guridi y Nicolás Ureña de Mendoza. De ellos Alejandro Angulo Guridi es el autor de la primera novela dominicana de tema indígena,

 Los amores de los indios, publicada en Cuba den 1843, aunque precisa señalar que los indígenas de Alejandro Guridi en dicha novela no son quisqueyanos, sino cubanos. Nicolás Ureña de Mendoza, por su parte, tiene el mérito de haber introducido el colorismo costumbrista en la poesía dominicana. Los textos de estos autores no sólo completan el primer ciclo de los escritores independentistas dominicanos, sino que anuncian el advenimiento de otras voces como las de Salomé Ureña de Henríquez, José Joaquín Pérez y Manuel de Jesús Galván en quienes el tema de la patria en la literatura dominicana alcanza su mayor esplendor en el siglo XIX.  

     La anexión de la República Dominicana a España, consumada por Pedro Santana el 18 de marzo de 1861, fue nefasta para el destino político y cultural del pueblo dominicano. Sin embargo, gracias al arrojo de un grupo de patriotas antianexionistas comandados por Santiago Rodríguez y reforzado en la zona del Cibao por Gregorio Luperón, luego de varios encuentros sangrientos donde hubo numerosas pérdidas humanas en ambos bandos, el 11 de julio de 1865 los españoles fueron expulsados del territorio dominicano quedando definitivamente consolidada la independencia nacional. Ese episodio de la historia dominicana se denomina Restauración. Pese al triunfo de los restauradores, el pueblo dominicano entró en una difícil y compleja etapa política. Los conflictos entre conservadores y liberales no cesaron y la dirección del país pasó indistintamente de un partido a otro. Los periodos de gobierno fueron tan cortos que entre 1865 y 1900 hubo alrededor de treinta presidentes y unas diez juntas gubernativas. La militancia política fue entonces práctica común entre escritores e intelectuales y la inestabilidad social generó inseguridad y pesimismo en grandes sectores de la población, llevando a muchos dominicanos de alta y mediana formación cultural y académica a pasar de un partido a otro dependiendo de lo que el gobierno de turno les ofreciera. 

     La anexión de Santana frenó temporalmente el impulso y las motivaciones creadoras de los escritoes surgidos a raíz de la independencia. Pero el restablecimiento de la nacionalidad en 1865 impulsó a esos éstos y a sus suceso-res inmediatos a exaltar la grandeza de la novel nación y a revisar los desaciertos de la colonización, especialmente lo relativo a la exterminación de la población indígena por parte del imperio español. 

     Después del triunfo de los restauradores el número de escritores aumentó considerablemente, coadyuvando a que narradores, ensayista e historiadores asumieran los hechos históricos recién pasados desde diversas perspectivas políticas y literarias. Empero, la poesía fue el género predominante tanto cualitativa como cualitativamente. Ello le facilitó a José de Castellanos armar y publicar en 1874 la primera antología de la lírica criolla titulada Lira de Quisqueya, donde figuran veinte poetas de diferentes generaciones y militancia política. Las voces poéticas  más connotadas de esa segunda etapa fueron las de Salomé Ureña de Henríquez y José Joaquín Pérez. 

     La poesía de Salomé Ureña, influenciada por el neoclasicismo español y por las ideas positivistas del educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos, contiene un inconfundible tono patriótico, expresado en una profunda fe en el porvenir y en el progreso de la nación dominicana. Sus poemas “La fe en el porvenir", "Mi ofrenda a la patria", "Ruinas” y "Gloria del progreso" y su extenso canto indianista “Ana-caona”, conjugan las aspiraciones libertarias de gran parte de la sociedad dominicana decimonónica. José Joaquín Pérez, por su parte, es el máximo representante del romanticismo poético dominicano y la voz masculina más sólida de la lírica nacional de la segunda mitad del siglo XIX. Sus ideas progresistas afloran en poemas suyos como “Ecos del destierro”, “Vuelta al hogar”, “A la patria” y “A Santo Domingo”. Pero su romanticismo cobró mayor fuerza en los temas indianistas, especialmente en Fantasías indígenas, obra en la que Pérez basándose en leyendas e informaciones históricas relacionadas con los primitivos habitantes de La Española, interpreta el destino de la desdichada raza taína inmediatamente después de la llegada de los colonizadores. Sus coetáneos y las generaciones posteriores lo llamaron "El cantor de la raza indígena". A Salomé Ureña y José Joaquín Pérez se suma Manuel Rodríguez Objío, cuya muerte a los 33 años de edad malogró al poeta que anunciaba la voz más enérgica de su generación. Sus mejores composiciones las escribió contra los dictadores Pedro Santana, a quien señala como traidor, y Buenaventura Báez.     
   
     El indígena, ignorado hasta entonces por los escritores criollos como materia literaria, emergió a partir de la segunda mitad del siglo XIX como símbolo nacional y como modelo de lucha reivindicativa, dando así inicio a una nueva corriente en la literatura dominicana: el indianismo. La nostalgia por la raza indígena y el deseo de afirmación de la dominicanidad mediante un romanticismo decadente que abogaba por una literatura nacional llevó a Alejandro Angulo Guridi (Los amores de los indios, 1843), Felix María del Monte (Ozema o la joven indiana, 1866), Javier Angulo Guridi (Iguaniona, 1867), José Joaquín Pérez (Fantasías indígenas, 1877), Salomé Ureña de Henríquez (Anacaona, 1880) y Manuel de Jesús Galván (Enriquillo, 1879-82) a evocar un pasado remoto del que ya la sociedad dominicana decimonónica no conservaba el más mínimo recuerdo. 

     Por haber desaparecido totalmente, apenas medio siglo después del arribo de los españoles a la isla, la población indígena no era una realidad palpable para el dominicano del siglo XIX. De ahí que los escritores indianistas dominicanos, al no tener protagonistas reales ni vivencias directas para nutrir sus historias optaron por cantar las grandes hazañas de los héroes y caciques nativos desaparecidos tres siglos atrás, pues ni siquiera Juan Pablo Duarte, cuyo reconocimiento como “Padre de la patria” es fruto de un decreto presidencial firmado por Ulises Heureaux (Lilís) en 1894, había alcanzado estatura de gran líder.   

     El indígena entró a la literatura criolla de la segunda mitad del siglo XIX más como símbolo nacional que como de personaje literario. Sin embargo, la forma de idealizar al indígena, a quien no lograron arrancar de las garras del invasor español, contradice la práctica política liberal de los escritores independentistas dominicanos. En Ozema o la joven indiana, la pieza dramática más importante de Del Monte, los principales protagonistas indígenas rechazan su origen social y admiran, anonadados, la belleza física y el desarrollo tecnológico de los españoles. No ven al opresor como a un verdugo, sino como a un enviado de Dios dispuesto a redimirlos. 

     En Fantasías indígenas la libertad del indígena es un mito, lo único que prevalece es el espíritu patriótico del poeta evocando un pasado remoto recuperable solamente a través del sueño romántico. Por su parte, en “Anacaona”, Cristóbal Colón y Nicolás de Ovando son reivindicados por Salomé Ureña, mientras Anacaona, la cacica indígena protagonista del poema, está supedita a las referencias históricas de las crónicas de la conquista. Los escritores independentistas dominicanos, formados ideológicamente e intelectualmente bajo la influencia de los movimientos emancipadores de 1844 y 1863, no pudieron substraerse de la herencia literaria de un imperio que, como el español, había trazado la política cultural dominicana durante más de tres siglos. La razón es sencilla: el pueblo dominicano, como otros muchos países de América Latina, logró la independencia política, no la independencia cultural.

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