A poco más de veinte kilómetros de la ciudad de Santo Domingo, cerca de la ciudad de San Cristóbal, se encuentran los pequeños pueblos de Borbón y Pomier. Estos poblados sin duda habrían pasado desapercibidos para el turismo si no fuera porque en sus alrededores se encuentra uno de los conjuntos de cavernas con Arte Rupestre más importantes del Caribe: las Cuevas de Borbón.
Más de cuarenta cavernas repletas de pinturas y petroglifos realizados por los taínos han sido ya documentadas en este conjunto arqueológico.
El turismo cultural centrado en el Arte Rupestre de la República Dominicana tiene su más antiguo precedente en estas misteriosas cuevas. Aún conservan sus paredes los graffiti, realizados a mediados del siglo pasado por los visitantes que se sorprendían con la belleza de las ancestrales representaciones rupestres que plasmaron los indígenas, bien grabándolas con cinceles de piedra o pintándolas con olvidadas formulas de pigmentos sagrados.
Fue un intrépido explorador de la geografía dominicana, Schomburgk, a la sazón cónsul alemán en el país, quien en 1,851 las reporta por primera vez oficialmente. Posteriormente, las cavernas fueron visitadas por nuestros más reconocidos investigadores, desde Narciso Alberti Bosch hasta Dato Pagán Perdomo, quien publicó en 1,978 la única monografía de estas cuevas con la que contamos hasta el momento.
La importancia arqueológica e histórica de estas cavernas es tanta que el Gobierno dominicano estableció en la ley 233-96 de 30 de julio de 1,996 la ampliación del área donde se encuentra la Reserva Antropológica de las Cuevas de Borbón hasta los límites que actualmente tiene: 2.5 Km².
Acceder a las Cuevas de Borbón es sencillo. Se puede llegar con un vehículo casi hasta la entrada de la más rica de las cavernas en cuanto a pictografías se refiere. Para poder entrar en las cuevas se debe solicitar un permiso a la Subsecretaría de Areas Protegidas de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Una vez conseguida la autorización, portando linternas y siempre acompañados de un guardaparques, se puede disfrutar de una autentica aventura subterránea.
Además de la belleza del entorno natural donde las cavernas se localizan y del Arte Rupestre que contienen, los visitantes que permanezcan en las proximidades de la cueva principal al atardecer, pueden disfrutar de uno de los acontecimientos mas sorprenderles que puede brindarles la naturaleza de Santo Domingo. Estas cavernas están habitadas por la mayor colonia de murciélagos que se conoce en el país. Al caer la tarde, centenares de miles de estos mamíferos voladores abandonan su morada pétrea para buscar, al amparo de la noche, su alimento. Como un tornado viviente la inmensa columna de murciélagos sale por la boca de la cueva y se eleva en el cielo, donde se dispersa en todas las direcciones. Es este un espectáculo que difícilmente olvidara quien tenga la suerte de presenciarlo.
Los murciélagos de las cuevas son una de las especies más importantes para el mantenimiento de nuestros ecosistemas forestales. Algunas especies son “frugívoras”, o sea, comedoras de frutos, y sus semillas son expulsadas entre las deyecciones de estos animales mientras revolotean sobre los montes. Los murciélagos son quienes reforestan nuestro país de la forma más intensa, además de abonarlo con sus desechos orgánicos. La importancia de respetar las cuevas no acaba en la mera conservación de sus formaciones calizas o de los restos arqueológicos que contienen; el interés de la conservación de las colonias de murciélagos que las habitan es básico para mantener la biodiversidad de la República Dominicana.
Al penetrar en la caverna veremos los petroglifos que siempre podemos encontrar a la vista de la luz solar. En este tipo de yacimientos de Arte Rupestre, encuadrados dentro de la escuela pictórica, que en honor al yacimiento llamamos de las Cuevas de Borbón, muchas de las pinturas también podemos verlas con la luz que penetra por la entrada de la caverna. Aves a centenares, animales, figuras humanas y misteriosos trazos geométricos se descubren ante nuestra vista cargados del simbolismo mágico que les caracteriza, pero lo que resulta más impactante para todos los que se aventuren en las entrañas del yacimiento arqueológico son las escenas de ceremonias aborígenes congelados en las paredes por el paso de los siglos.
El ritual de la cohoba fue el momento más importante de las ceremonias religiosas que realizaban los taínos. Los behiques (shamanes), junto con los integrantes de los clanes que formaban los poblados, se volcaban en un acto que aún podemos observar en los pocos pueblos indígenas que aun perviven en la cuenca Orinoco-Amazónica. Mediante tubos previamente preparados con madera, barro o huesos de aves, inhalaban un potente alucinógeno que les sumía en trance, el cual les permitía ponerse en contacto con sus deidades. De esta forma podían conocer secretos mágicos, reconocer a sus animales tótem y realizar consultas trascendentales para la supervivencia de su cultura. En las paredes de las Cuevas de Borbón podemos ver dibujado por sus mismos artífices, el más interesante ejemplo de esta costumbre indígena. Grupos de hombres se apoyan unos a otros en la tarea de inhalar la cohoba, como llamaban al alucinógeno ritual. Si hubiera que elegir una escena para caracterizar a la cultura aborigen antillana sin duda sería la que se encuentra en las Cuevas de Borbón, representando a un grupo de hombres en pleno ritual de la cohoba.
Siguiendo nuestra visita veremos curiosas escenas de shamanes danzando, animales realizando la copula, peces aún nadando en las paredes de piedra después de siglos de permanecer en ellas, y un sin fin de pinturas cuya temática en ocasiones escapa a nuestra moderna visión del mundo y del espacio.
Fue también probablemente, en alguna de las cuevas de Pomier, donde en el pasado siglo se encontró una de las piezas arqueológicas más interesantes que se conservan de la cultura taína, el famoso cemí fabricado en algodón que en la actualidad se conserva en el Museo Etnológico de Turín, en Italia. Es este el único ídolo taíno tejido que aún pervive y tiene la curiosa característica de contener parte de un cráneo humano dentro de su cabeza tejida.
Las Cuevas de Borbón estuvieron hasta hace poco tiempo amenazadas por las extracciones de caliza que se realizan en su entorno. Las explosiones de dinamita en ocasiones afectaban a sus paredes y a las pinturas que contienen, en ocasiones hasta las mismas cavernas eran despedazadas para triturar sus rocas. Afortunadamente en la actualidad esta situación esta siendo controlada. También sufrieron las pinturas de las cuevas el ataque de aficionados que con mejor voluntad que acierto realizaron una “limpieza” de las pictografías de las cuevas, dañando irremisiblemente muchas pictografías y borrando para siempre otras muchas que en su ignorancia consideraron sin interés.
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