El difícil arraigo de las prácticas democráticas en la República Dominicana en los años posteriores a la muerte del dictador Rafael Trujillo tuvo en su más taimado servidor, Joaquín Balaguer, un regente ambiguo y controvertido. Siete veces presidente entre 1960 y 1996 y en total nueve veces candidato al cargo hasta sólo un bienio antes de su muerte en 2002 a la improbable edad de 95 años, Balaguer, estadista y literato, conjugó en su singular personalidad al caudillo paternalista, populista y de formas suaves con el autoritario que perseguía con saña a sus opositores e intentaba hurtar elecciones, y al erudito ascético y anticuado con el oportunista capaz de reinventar su discurso con tonos modernizadores. Con su legado económico mixto y su palmarés político sin parangón en América Latina, el incombustible Balaguer ejerció una influencia fundamental en el devenir dominicano, durante más de cuatro décadas y hasta el último momento de su vida.
Biografía
1. Escritor y político colaborador del dictador Trujillo
2. Ambiguo administrador del postrujillismo
3. Del exilio a la restauración presidencial con mandato popular
4. El balaguerismo: tres presidencias consecutivas con sesgo autoritario
5. De la oposición a la tercera etapa presidencial
6. Influencia decisiva en la política nacional hasta el último momento
7. Una ingente obra literaria
1. Escritor y político colaborador del dictador Trujillo
El único varón de los ocho hijos del matrimonio formado por un comerciante de ascendencia catalana pero nacido en Puerto Rico y una dominicana emparentada con el general Ulises Heureax, tres veces presidente de la República entre 1882 y 1899, recibió la instrucción escolar en la capital provincial, Santiago de los Caballeros, y terminó el bachillerato con mención en Filosofía y Letras. En 1929 se licenció en Derecho por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y en 1934, aprovechando un destino profesional consular en París, amplió estudios en la Universidad de la Sorbona, donde obtuvo el doctorado en Derecho y se formó también en Economía Política.
Desde muy temprana edad el futuro estadista se sintió atraído por la literatura y la política. A los 14 años componía versos que fueron publicados muy poco después y que supusieron los balbuceos de una extensa obra poética y prosística lo suficientemente apreciada como para merecer el ingreso de su autor, varias décadas después, en la Academia Dominicana de la Lengua. Según testimonia en sus escritos autobiográficos, Balaguer se inició en las luchas políticas a raíz de la ocupación militar estadounidense de 1916-1924.
Su precoz talento tanto para la pluma como para la oratoria le abrió las puertas a los reconocimientos y el ascenso social cuando apenas había superado los 20 años. Mientras asistía a clase en la universidad, comenzó a ganarse la vida en la profesión periodística, como corrector de pruebas y, desde 1924, como articulista en el diario La Información de Santiago de los Caballeros. En marzo de 1930, recién obtenido el título de abogado, participó en el movimiento popular que obligó a dimitir al presidente desde 1924, Horacio Vásquez, y que llevó a la jefatura del Estado en funciones a Rafael Estrella Ureña, líder del Partido Nacionalista, quien convocó unas elecciones para mayo de las que salió triunfador el general Rafael Leonidas Trujillo Molina, comandante del Ejército Nacional e instigador de la revuelta, el cual, a continuación, implantó sin miramientos una implacable dictadura personal.
El joven Balaguer se vinculó al Partido Dominicano (PD), la formación fundada para servir de instrumento al nuevo régimen trujillista y la única legal, y pronto entró bajo la protección personal del autócrata, con la consiguiente cascada de promociones en la administración pública. El mismo 1930 fue designado letrado del Estado ante el Tribunal de Tierras, dos años después fue despachado a la embajada dominicana en Madrid y en 1934 desempeñó otra secretaria consular en París sin cesar su servicio en la capital española.
De regreso al país en 1935, fue ascendido a subsecretario de Educación Pública y Bellas Artes, un año después se hizo cargo de la subsecretaría de Estado de la Presidencia y en 1937 ocupó igual oficina en el Ministerio de Relaciones Exteriores. En 1940 volvió al servicio diplomático y hasta 1949 ejerció de enviado o embajador plenipotenciario, sucesivamente en Colombia, Ecuador, la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, Venezuela, Honduras y México.
Mientras su protector se perpetuaba en el poder agotando los mandatos presidenciales obtenidos en parodias de elecciones y ponía en los interregnos a presidentes nominales, incluido su hermano, Héctor Bienvenido Trujillo, desde 1952, Balaguer, con laboriosidad y docilidad, fue escalando puestos a la sombra del autotitulado Generalísimo y Benefactor de la Patria, cuyos ditirámbicos y paternalistas discursos se encargaba de redactar. Secretario de Estado (ministro) de Educación Pública y Bellas Artes en 1949, en 1953 encabezó la Secretaría de Estado de Exteriores y tres años más tarde la de la Presidencia
Pese a que constitucionalmente estaba facultado para postularse de nuevo, de cara las elecciones del 16 de mayo de 1957 Trujillo volvió a colocar a su hermano Héctor para presidir un segundo quinquenio y, previa reforma de la Carta Magna restaurando el cargo, escogió a Balaguer para vicepresidente. Consumada la enésima mascarada electoral del régimen y en virtud de sus únicas candidaturas, los dos hombres de la máxima confianza del dictador tomaron posesión de sus puestos el 16 de agosto siguiente.
La aparición de focos de oposición armada, la organización de los numerosísimos exiliados políticos, el abandono de la jerarquía católica, las sanciones en bloque de la Organización de Estados América (OEA) y, finalmente, la impaciencia de Estados Unidos con quien había sido un fiel aliado en la cruzada anticomunista en toda la región centroamericana y caribeña pero que ahora estaba poniendo en peligro el mismo orden establecido con su enloquecida espiral de tropelías, sumieron al trujillismo en una crisis cuya primera víctima fue Héctor Trujillo, removido por su hermano el 3 de agosto de 1960. Como nuevo presidente títere, el tirano puso a Balaguer, que venía demostrando ser un fiel a toda prueba; por otro lado, la gestión pública del abogado no había estado involucrada en los estragos represivos del régimen, y esto le convertía en una figura más tolerable para la población, cuya desafección crecía a ojos vista.
2. Ambiguo administrador del postrujillismo
El 30 de mayo de 1961 el sanguinario autócrata fue acribillado a balazos en una emboscada tendida por francotiradores a su vehículo cuando circulaba por la capital, Ciudad Trujillo (que pronto recobraría su nombre de siempre, Santo Domingo). En las horas de confusión posteriores al magnicidio se produjo un intento de golpe de Estado protagonizado por el secretario de las Fuerzas Armadas, general José René Román Fernández, acción que puso en evidencia la existencia de una conjura de la que formaban parte elementos militares y civiles, y que contaría con el más que probable parabién, si no la instigación, de la CIA estadounidense.
Balaguer, que leyó el elogio fúnebre del dictador ("Trujillo fue fundamentalmente bueno; bajo su pecho de acero latía un corazón inmensamente magnánimo"), sorteó de momento estas convulsiones: el 1 de junio Ramfis Trujillo Martínez, hijo y continuador de la saga política del finado, que regresó apresuradamente de París para llenar el vacío de poder y asumir la jefatura del Ejército Nacional, le confirmó en la Presidencia mientras él se lanzaba a una despiadada represión de opositores. Meses después, el clan Trujillo perdió definitivamente la confianza de Estados Unidos y el Departamento de Estado encontró en Balaguer al político apropiado para pilotar la era postrujillista y asegurar el mantenimiento de la República Dominicana en su esfera de intereses.
Las marchas al exilio de Ramfis el 18 de noviembre y de sus tíos Héctor Bienvenido y José Arismendy dos días después, no sin antes intentar un golpe contra Balaguer, no impidieron el desarrollo, entre el 28 de noviembre y el 8 de diciembre, de una huelga general convocada por la Unión Cívica Nacional (UCN), nuevo partido de talante conservador pero antitrujillista acérrimo y ahora antibalaguerista, liderado por el doctor Viriato Alberto Fiallo Rodríguez, y por otras organizaciones, en exigencia de elecciones competitivas.
Mantenido en el poder sólo por la protección, militar incluso, de Estados Unidos, Balaguer, que se había apresurado a desmarcarse del trujillismo y a sumarse a la execración universal del sátrapa caribeño, pero que no mostraba voluntad alguna de dirigir un proceso de transición democrática, hubo de plegarse a la iniciativa del presidente John Kennedy de establecer un Consejo de Estado, desde el 1 de enero de 1962 y bajo su presidencia, con la misión principal de organizar unas elecciones plurales y libres.
La oposición redobló sus movilizaciones exigiendo la renuncia de Balaguer y los miembros del Consejo de Estado, temerosos de la agitación en las calles, hicieron suya esta demanda. Balaguer se resistió y, según parece, el 16 de enero ordenó al secretario de las Fuerzas Armadas, general Pedro Ramón Rodríguez Echevarría, la comisión de un autogolpe y la formación de un Consejo Cívico Militar en sustitución del Consejo de Estado y cuya jefatura le fue encomendada al licenciado Huberto Carlos Bogaert Román, un veterano de los gobiernos trujillistas.
La maniobra autoritaria de Balaguer se derrumbó a las 48 horas: el día 18, el coronel Elías Wessin y Wessin y el mayor Rafael Fernández Domínguez perpetraron un contragolpe, disolvieron la junta de Bogaert, repusieron el Consejo de Estado y nombraron presidente a Rafael Filiberto Bonnelly Fondeur, que hasta entonces ostentaba el cargo de vicepresidente. A Balaguer no le pudo sostener esta vez Estados Unidos y con apuros pidió asilo político en la nunciatura apostólica, sita justamente al lado de su residencia en la capital; desde este refugio seguro negoció con las nuevas autoridades su marcha del país, lo cual tuvo lugar el 7 de marzo, tomando un avión con destino a Nueva York.
3. Del exilio a la restauración presidencial con mandato popular
Desde la metrópoli norteamericana, Balaguer fue testigo del extremadamente agitado curso político que tomó el país, en el cual, perseverante, intentó influir, a la espera del momento propicio para regresar y, eventualmente, recuperar el poder. De entrada, sus partidarios pusieron en marcha el grupo Acción Social para postular su candidatura presidencial a las elecciones del 20 de diciembre de 1962, pero el intento resultó infructuoso al no reconocer las autoridades a esta agrupación la carta de partido político. Contrariamente a lo esperado, en los comicios ganó arrolladoramente el curtido opositor Juan Emilio Bosch Gaviño, líder del izquierdista Partido Revolucionario Dominicano (PRD, fundado en 1939), que tomó posesión el 27 de febrero de 1963.
Sus políticas reformistas le aparejaron rápidamente a Bosch el epíteto de procomunista por cuenta de los sectores oligárquicos y ultraconservadores. Se conspiró contra él desde el primer momento y el 25 de septiembre, con la complacencia de Estados Unidos, Bosch fue derribado por una rebelión incruenta y reemplazado por un Triunvirato civil a cuyo frente estuvo primero Emilio de los Santos Salcie y luego Donald Joseph Reid Cabral, un político ligado a la UCN. Durante el efímero Gobierno de Bosch, Balaguer no planteó una oposición destructiva y se concentró en estructurar su frente político.
El 2 de julio de 1963 Balaguer presidió en Nueva York una trascendente reunión política. La misma alumbró el Partido Reformista (PR) como la fusión de Acción Social y el Partido Revolucionario Dominicano Auténtico (PRDA); el PR se dotó de un Comité Ejecutivo Nacional Provisional encabezado conjuntamente por Balaguer y Nicolás Silfa, dirigente del PRDA. El 21 de julio tuvo lugar en Santo Domingo la Asamblea Constitutiva del partido, que eligió a Francisco Augusto Lora para presidir el primer Directorio Nacional en sustitución de Balaguer. El 1 de noviembre de 1964 Balaguer, personalmente y desde Puerto Rico, reorganizó el PR con él nuevamente de presidente.
Sigiloso para no quemarse en las vindictas políticas y astuto a la hora de convencer a propios y extraños de que él encarnaba las fórmulas de compromiso y apaciguamiento entre tanta confrontación, Balaguer fue el gran beneficiario de la grave crisis nacional de abril de 1965, cuando el Triunvirato fue expulsado en un golpe revolucionario y los enfrentamientos entre los enemigos y los partidarios de Bosch se trasladaron a las Fuerzas Armadas, con los coroneles Wessin y Pedro Bartolomé Benoît Van der Horst en el primer grupo, el oficialista, y el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó liderando el segundo, el constitucionalista. Los enfrentamientos entre los dos bandos sumieron a la República Dominicana en un estado de práctica guerra civil que quedó atajada el 28 de abril por la intervención militar de Estados Unidos; la Administración Johnson actuó de esta manera para oponerse a lo que calificó de control "comunista" del país a raíz de la rebelión de Caamaño.
El líder socialcristiano se presentó en el país el 25 de junio al socaire de la ocupación de los marines para participar en el proceso de normalización democrática auspiciado por la OEA y aceptado por los dos bandos, que acataron al Gobierno provisional formado el 3 de septiembre por Héctor Federico García-Godoy Cáceres, uno de los vicepresidentes del PR. Con el aval de Washington, Balaguer se midió en las elecciones, verdaderamente competitivas, del 1 de junio de 1966 con Bosch, otro insigne literato con ancestros catalanes y en lo sucesivo su más enconado rival, y, con todo a su favor, se adjudicó la victoria con el 57,4% de los votos.
4. El balaguerismo: tres presidencias consecutivas con sesgo autoritario
El 1 de julio de 1966 Balaguer tomó posesión de su primera presidencia con mandato popular directo y por un período cuatrienal, inaugurando uno de los lideratos estatales más prolongados y controvertidos en la Latinoamérica contemporánea.
Apoyándose en la oligarquía terrateniente y en la alta oficialidad militar que, como él, había servido a Trujillo, estableció un régimen fuertemente conservador, tradicionalista y de democracia restringida, que instrumentó con habilidad el recuerdo de los horrores de la pasada dictadura y de la reciente guerra civil, el temor a los desórdenes revolucionarios y las circunstancias internacionales de la Guerra Fría, que en el área del Caribe no admitían indefiniciones con respecto a la Cuba castrista. La pacificación del país facilitó la retirada de la Fuerza Interamericana de la OEA, cobertura del contingente invasor de Estados Unidos, en septiembre de 1966.
Su estilo de gobierno, autoritario y drástico con las cortapisas a la oposición, pero al mismo tiempo paternalista y alejado de la gestualidad ofuscada o visceral, conforme a su faceta de hombre de letras y profundamente culto, le encasilló en una particular categoría del despotismo ilustrado o del caudillismo populista, si acaso compartiendo escuela con su coetáneo ecuatoriano José María Velasco Ibarra, otro maestro de la oratoria y de las resurrecciones políticas.
Hombre menudo, sobrio en extremo, de aspecto frágil, luciendo sus características gafas de puente negro y una media sonrisa un tanto gélida, Balaguer se descubrió como un asceta y un gestor avezado del poder cuyo ascendiente sobre la población, especialmente la no instruida, fue tan intenso como el odio que levantaban sus represiones. Ni el lucro económico ni la vida suntuaria suscitaban su interés, aunque no vacilaba en recurrir a las arcas del Estado para financiar sus campañas proselitistas y comprar lealtades. Dato añadido que redunda en la singularidad del personaje, el dirigente dominicano se mantuvo soltero de por vida y no se le conoció pareja femenina (aunque en los mentideros de Santo Domingo se hablaba de un hijo ilegítimo), estado civil insólito en un mandatario de la región.
No tuvo reparos en enmendar la Constitución que él mismo había promulgado el 28 de noviembre de 1966 para permitir la renovación indefinida del mandato presidencial, reflejando el deseo de asirse al poder pero salvaguardando las formas de la democracia representativa. Libre de ese obstáculo jurídico, se presentó a los comicios del 16 de mayo de 1970 y ganó con el 57,2% de los votos con la ayuda de las intimidaciones y agresiones de la Banda Colorá (temible milicia del PR organizada un poco al estilo de los infames Tontons Macoute del vecino dictador en la parte haitiana de la isla de La Española, François Duvalier, quien, por cierto, tenía la misma edad que Balaguer), el boicot de Bosch y, finalmente, el fraude electoral.
El plan de reelección suscitó rechazo incluso en miembros del propio Gobierno, con el vicepresidente Lora a la cabeza. Lora abandonó el PR, fundó su propia agrupación, el Movimiento de Integración Democrática Antirreeleccionista (MIDA), y se enfrentó con Balaguer en las elecciones de aquel año.
El desembarco en febrero de 1973 de un reducido grupo de exiliados con la pretensión de abrir un foco guerrillero brindó a Balaguer el pretexto para declarar el estado de sitio y lanzar una vasta campaña represiva que empezó con el exterminio de los rebeldes en las montañas -entre los caídos figuró el mítico coronel Caamaño- y que se prolongó en las ciudades sembrando el terror entre la oposición civil, incluida la legal. Bosch hubo de pasar a la clandestinidad y el PRD se resintió de la embestida, fracturándose entre el sector leal a Bosch, que en diciembre puso en marcha el Partido de la Liberación Dominicana (PLD, de naturaleza marxista en sus comienzos), y el encabezado por el socialista José Francisco Peña Gómez, secretario general del partido. En este episodio se constató el talento de Balaguer para crear disensiones entre sus enemigos.
La sensación de que en la República Dominicana había un híbrido de dictadura y democracia -y con más rasgos de la primera que de la segunda- se reprodujo en las elecciones del 16 de mayo de 1974, cuando el PRD y los otros partidos signatarios del denominado Acuerdo de Santiago retiraron a su candidato, el latifundista Silvestre Antonio Guzmán Fernández, por considerar que no se daban las mínimas garantías y como protesta por los desafueros de los paramilitares balagueristas. En estas circunstancias, el aspirante a la reelección sólo compitió con un rival de escasa entidad, el contraalmirante Luis Homero Lajara Burgos, del derechista Partido Popular Demócrata (PPD), y se hizo con el 84,7% de los sufragios, mientras que su partido ganó 80 de los 94 escaños de la Cámara de Diputados y los 27 del Senado. La abstención alcanzó el 50%.
Una coyuntura favorable en los precios internacionales del azúcar, el auge del turismo estadounidense, las inversiones privadas foráneas, y los programas de obras públicas produjeron en estos años una fase de expansión económica, favoreciendo la emergencia en la sociedad dominicana de la primera clase media sólida. Balaguer eludió siempre su responsabilidad en los desmanes perpetrados por la Banda Colorá y otros irregulares vinculados con las Fuerzas Armadas, marcando un antecedente de los escuadrones de la muerte centroamericanos; él siempre achacó la violencia política a sectores incontrolados del oficialismo y a la subversión de izquierdas, cuya verdadera fuerza exageró enormemente.
También, incumplió las promesas sobre la reforma agraria, ya que la pequeña minoría de propietarios autóctonos y las compañías estadounidenses continuaron poseyendo la mayoría de las tierras cultivables y las de mejor calidad. Pero cuando anunció su intención de optar a un cuarto mandato consecutivo en las elecciones del 16 de mayo de 1978, y con un fondo de deceleración económica, el repudio popular alcanzó tal calibre que la derrota en las urnas ante el PRD se antojó inevitable.
Cuando a las pocas horas de iniciarse el recuento del voto ese escenario se hizo patente, los milicianos balagueristas y las fuerzas de seguridad violentaron el escrutinio con la intención de imponer, bien un escandaloso fraude, bien la anulación de la consulta. Pero desde Washington, el Gobierno de Jimmy Carter, que había presionado para que estas elecciones se celebraran con las debidas garantías democráticas, advirtió al presidente dominicano de las serias consecuencias que para las relaciones bilaterales tendría un golpe de mano electoral; reanudado el escrutinio, se computó la victoria de Guzmán con el 52,7% de los votos, diez puntos más que Balaguer.
5. De la oposición a la tercera etapa presidencial
El 16 de agosto de 1978 se produjo la histórica transferencia de poder, que suele señalarse como el final del postrujillismo, el principio de la despolitización del Ejército y el verdadero tránsito a la democracia en la República Dominicana. Para Balaguer, fue su primer fracaso en una trayectoria cuajada de éxitos, pero a su extraordinaria carrera política aún le quedaba un cuarto de siglo de vida.
En las elecciones del 16 de mayo de 1982 Balaguer volvió a ser batido por el candidato perredeísta, el abogado socialdemócrata Salvador Jorge Blanco; el socialcristiano sacó el 39,2% de los votos frente al 46,7% ganado por el sucesor de Guzmán, quien se suicidó el 4 de julio antes de transferir la banda presidencial, debiendo ocupar interinamente la Presidencia el vicepresidente, Jacobo Majluta Azar, hasta el 16 de agosto.
Aunque en líneas generales Blanco gobernó con talante democrático y respetó los derechos y libertades fundamentales (si bien no dudó en ordenar reprimir las protestas sociales de 1984 y 1985), el mandatario encajó una severa crisis económica por el aumento de los precios del petróleo y la contracción de las exportaciones agrícolas, teniendo que ponerse bajo el dictado del FMI.
La impopularidad del ajuste económico, los escándalos de corrupción y los conflictos internos en el PRD relanzaron el gancho electoral de Balaguer, que entraba en su octava década de vida. En las votaciones generales del 16 de mayo de 1986, después de un largo y caótico escrutinio, el viejo dirigente fue declarado vencedor con el 41,4% de los sufragios por delante del postulante oficialista, Majluta, y de Bosch. El ex presidente interino del PRD se quedó a 43.000 votos de Balaguer y protestó por lo que consideró una manipulación del recuento en favor del anciano estadista. En las legislativas, el Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), nuevo nombre del PR desde el año anterior a raíz de su fusión con el Partido Revolucionario Social Cristiano, no alcanzó la mayoría absoluta y se quedó con 56 de los 120 diputados.
Tras la toma de posesión, el 16 de agosto de 1986, de su cuarta presidencia por mandato electoral, Balaguer exhibió un estilo diferente que causó estupor general. Como marcando las distancias de sus ominosos doce años, el paradigma americano de la senectud física y política encabezó un combate contra la corrupción y los abusos de las instituciones públicas.
Ello se tradujo en destituciones y arrestos en las cúpulas militares y policiales, que alcanzaron a dos secretarios de las Fuerzas Armadas, los generales Manuel Cuervo (cesado en octubre de 1986) y Antonio Cosme Imbert Barrera (quien fuera brevemente jefe del Estado a mediados de 1965, despedido en junio de 1988), aunque estas defenestraciones se realizaron sobre un fondo de rumores de complots contra el Gobierno civil. Su predecesor en el cargo, Jorge Blanco, también fue reclamado por la justicia por presunta corrupción.
Mientras unos caían en desgracia, otros emergían del ostracismo. Fue el caso de un viejo adversario de Balaguer, el ex coronel anticonstitucionalista Elías Wessin, un "conspirador impenitente", tal como le acusó el presidente cuando lo mandó a un exilio de siete años en 1971; superando viejos rencores, Balaguer nombró a Wessin secretario de Interior y Policía, y luego secretario de las Fuerzas Armadas en sustitución de Imbert. Ideológicamente, la absorción orgánica de 1985 permitió al muy conservador PRSC extender su base política hacia el centroderecha y crear vínculos con la Internacional Demócrata Cristiana.
En lo económico, Balaguer tampoco delegó en sus subordinados y se encargó personalmente de impulsar el sector de la construcción, una prioridad que la oposición tachó de mero populismo desarrollista y que contribuyó a reducir sensiblemente el desempleo. Contando con el respaldo total de la Administración de Ronald Reagan, Balaguer continuó siendo un celoso protector de los intereses de la oligarquía azucarera nacional y del capital estadounidense.
El dinamismo de los mercados por la recuperación de las exportaciones gracias a la depreciación del peso, la promoción de zonas francas industriales y el desarrollo del turismo multiplicó varias veces el coste de la vida, provocando la contestación en las calles. La ola de disturbios populares entre 1988 y 1989 dejó varios muertos por la actuación brutal de las fuerzas de seguridad. Por lo demás, bajo Balaguer no mejoraron un ápice, más bien se deterioraron, los índices de pobreza, analfabetismo y delincuencia, mientras que los servicios públicos de la sanidad y la electricidad siguieron mostrando déficits propios de los países menos desarrollados, incluso en la capital.
Así las cosas, no parecía que el sempiterno presidente dominicano fuera capaz de ganar las elecciones del 16 de mayo de 1990 a menos que pusiera a pleno rendimiento las maquinarias propagandística del Gobierno y clientelista del partido. De nuevo, una fuerte controversia caracterizó el escrutinio. Un mes transcurrió entre el cierre de las urnas y la proclamación definitiva de la victoria de Balaguer con el 35,2% de los votos, apenas 25.000 más que Bosch, su inveterado y ya también octogenario rival, que aseguró haber sido víctima de un "fraude colosal" blandiendo el dato de que en la última encuesta electoral figuraba en cabeza con diez puntos de diferencia. En la Cámara de Diputados, el partido del presidente vio reducida su representación hasta los 41 escaños y fue superado en tres actas por el PLD.
El primer año de la sexta presidencia de Balaguer estuvo marcado por la recesión económica, con una caída en picado de la producción (el PIB se contrajo un 5%) y las exportaciones, y el rebote del paro. La deuda externa se situaba en los 4.300 millones de dólares y seguía creciendo. La inflación del 75% anual, la penuria energética y la reducción de la oferta pública de empleo fueron contestadas con una campaña de huelgas generales y de manifestaciones a las que Balaguer replicó con mano dura, ordenando abatir a los revoltosos (varios muertos en octubre y noviembre de 1990) a tiro limpio y arrestos masivos. La desesperación empujó a miles de dominicanos a convertirse en boat people para alcanzar las costas del próspero Puerto Rico en un viaje en el que muchos perdían la vida, mientras que los que tenían algún ahorro incrementaron la numerosa colonia de emigrantes en Estados Unidos.
En junio de 1991 el presidente decretó la expulsión inmediata de los inmigrantes indocumentados como colofón a un reguero de denuncias contra el Gobierno por el trato inhumano dispensado a los braceros haitianos. Con respecto a las fortunas del país vecino, Balaguer se mostró hostil a la llegada al poder en Puerto Príncipe del sacerdote izquierdista Jean-Bertrand Aristide; tras su derrocamiento en el golpe de septiembre de 1991, la junta militar del general Raoul Cédras pudo sobrevivir a las sanciones económicas internacionales gracias a la porosidad de la frontera dominicana, de donde obtenía los vitales suministros de petróleo.
Impertérrito, Balaguer sorteó todas las dificultades y creó confusión con amenazas de dimitir y anuncios de no presentarse a las elecciones de 1994, pero para el patriarca de comer frugal y vestir anticuado sólo parecía existir un vicio, cual era el poder.
Como otro anciano presidente contemporáneo, el autócrata de Côte d’Ivoire Félix Houphouët-Boigny, Balaguer no reparó en gastos a la hora de financiar faraónicas obras públicas de dudosa oportunidad, como la erección del llamado Faro a Colón en la parte oriental de Santo Domingo; un viejo sueño de Trujillo, el imponente monumento fue inaugurado en octubre de 1992 como parte de los fastos del V Centenario de la arribada del descubridor a la isla y sus instalaciones incluían una batería de proyectores capaces de dibujar una grandiosa cruz de luz en el cielo nocturno, un Museo colombino y el Mausoleo con las atribuidas cenizas del almirante, traídas expresamente para su nueva inhumación desde la Catedral de Santo Domingo. La satisfacción del devoto presidente fue máxima, ya que la misa que bendijo la apertura del Faro fue oficiada por el papa Juan Pablo II.
Dicho sea de paso, dos días antes de la presentación al mundo del Faro a Colón, el 4 de octubre, falleció una de las hermanas menores de Balaguer, Emma, viuda de Vallejo, a la que el presidente había integrado en la función pública como asesora particular y responsable de las campañas de justicia social del partido, una obra caritativa de fuerte regusto populista que recibió el nombre de Cruzada del Amor.
Después de estrangular la inflación por el procedimiento simple de cesar la emisión de moneda, de renegociar con éxito el servicio de la deuda con los organismos multilaterales de crédito y de arrancar un tímido proceso de privatizaciones, en 1992 Balaguer y su equipo volvieron a meter al país por la senda del crecimiento (la tasa alcanzó aquel año el 7,5%, aunque el ritmo decayó luego, en buena parte debido al desastroso servicio que brindaba la Corporación Dominicana de Electricidad, propiedad del Estado) y recuperaron parte de la confianza popular en las capacidades del Gobierno.
6. Influencia decisiva en la política nacional hasta el último momento
Como todo el mundo esperaba, Balaguer, con 87 años, necesitando asistencia para caminar y prácticamente ciego, solicitó a su partido la octava nominación presidencial consecutiva para las elecciones del 16 de mayo de 1994, que le fue obviamente concedida por una de las formaciones más personalistas y verticales de América. En una escandalosa regresión a los métodos de un pasado que se creía superado, los balagueristas pusieron todo tipo de obstáculos al veterano Peña Gómez, gran favorito en los sondeos y tercero en la liza electoral de 1990. Entre 100.000 y 200.000 potenciales votantes suyos fueron retirados de los padrones electorales, según confirmaron los observadores de Estados Unidos y la OEA, y él mismo fue objeto de una violenta campaña racista basada en el origen haitiano de sus padres y en el color negro de su piel.
Tras más de dos meses de recuentos y de tensiones, la Junta Central Electoral (JCE) declaró ganador a Balaguer con el 42,5% de los votos frente al 41,4% adjudicado a Peña y el 13% a Bosch. En el Congreso, el PRSC fue superado por el PRD tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, ganando nueve actas en la primera y perdiendo dos en el segundo. La agitación en las calles de los perredeístas que se sentían estafados y la negativa reacción internacional ante lo sucedido -resultó decisiva la amonestación de Estados Unidos- sumieron al país en un estado de crisis que no amainó hasta que el 10 de agosto, seis días antes de la toma de posesión, el PRSC, el PRD y el PLD adoptaron un Pacto por la Democracia para asegurar la gobernabilidad del país. La componenda supuso una rectificación parcial de Balaguer.
El documento estableció varias reformas a la normativa electoral, entre ellas la prohibición de la reelección del presidente por dos períodos consecutivos, la introducción de la segunda vuelta electoral en el que caso de que ningún candidato obtuviese el 50% más uno de los votos, la actualización del censo electoral, la independencia de la JCE respecto del Ejecutivo y la facilitación de la observación electoral por monitores nacionales e internacionales. Asimismo, como medida de transición, se acordó celebrar elecciones anticipadas el 16 de noviembre de 1995 (la fecha fue luego postergada medio año con el acuerdo del PRSC y el PLD), a las cuales Balaguer no se presentaría por primera vez en tres décadas. Bosch, no menos acosado por los achaques de la edad (padecía una aguda arterioesclerosis y un principio del mal de Alzheimer), también aceptó poner fin al larguísimo caudillaje sobre su partido.
El país había atravesado definitivamente el Rubicón de la limpieza electoral, pero Balaguer volvió a sorprender con una última maniobra de maquiavelismo político: enterró su antagonismo con Bosch, muy alejado ya de sus antiguos coqueteos marxistas y escorado a la derecha, y se puso de acuerdo con él para cerrar el paso en las elecciones de 1996 a Peña, nuevamente víctima de los prejuicios raciales de las castas políticas blancas y de la inquina particular de quien le había, con toda seguridad, hurtado la Presidencia dos años atrás.
En la primera vuelta del 16 de mayo, el líder perredeísta superó ampliamente al postulante del PLD, el joven abogado mulato Leonel Antonio Fernández Reyna, y al del PRSC, el vicepresidente de la República Jacinto Peynado Garrigosa -que, ignorado por Balaguer, jugó un papel de mero figurante en toda esta intriga-, pero no alcanzó la mayoría requerida, luego hubo de acudirse a una segunda vuelta el 30 de junio. En el ínterin se activó el pacto Balaguer-Bosch, denominado Frente Patriótico Nacional (FPN), que aseguró el triunfo final del peledeísta.
El acuerdo que creaba el FPN en torno a la candidatura de Fernández fue firmado por Balaguer y Bosch el 2 de junio en presencia de 15.000 entusiasmados seguidores de uno y otro partido en el Palacio de los Deportes de Santo Domingo. Balaguer pronunció un discurso en el que sostuvo que era la primera vez en la historia nacional que se firmaba un pacto "inspirado exclusivamente en finalidades de orden patriótico y no en el reparto del presupuesto de la nación". "Lo que queremos es impedir que el país caiga en manos que no sean verdaderamente dominicanas", afirmó, como dando a entender que el negro Peña no podía ser considerado un ciudadano plenamente autóctono.
Las de 1996 fueron probablemente las elecciones más ordenadas y limpias en la historia del país, que es lo que certificaron los observadores locales y extranjeros. Balaguer transmitió el poder por última vez el 16 de agosto. Dejaba en herencia un país sumido en el trajín de las obras públicas, sobre todo en las infraestructuras de transportes, y con un sector turístico en expansión. La pujanza de la construcción y el turismo coadyuvaban a obtener un crecimiento global en torno al 7% anual.
Pero el panorama estaba lejos de ser idílico, debido a la servidumbre de la deuda externa, el alto desempleo y los números rojos del erario público, con un bajo nivel de ingresos fiscales y la preocupación añadida de la virtual bancarrota en que se encontraban la Corporación Dominicana de Electricidad (CDE) y el Consejo Estatal del Azúcar (CEA). Y, por supuesto, subsistía una realidad abrumadora de pobreza y corrupción. En una de sus últimas manifestaciones públicas antes de salir de la Presidencia, Balaguer vindicó su obra con estas palabras: "Yo he dejado el país listo como un avión de nuevo modelo para el despegue hacia el verdadero desarrollo". Ese "verdadero desarrollo" competía a sus sucesores, empezando por Fernández Reyna.
Próximo a cumplir los 90 años, en el momento de su salida Balaguer era el jefe de Estado más longevo del mundo, registro tanto más asombroso cuanto que se trataba de un gobernante con mandato electoral y no un dictador de partido único o un monarca. Con su traje gris, su sombrero negro y sus lazarillos, componía una estampa anacrónica y contrastada en eventos como las cumbres iberoamericanas, donde, sin embargo, demostró tener energías suficientes como para pronunciar largos discursos cargados de retórica trasnochada para admiración de colegas que eran 40 años más jóvenes.
El FPN con el PLD se disolvió después de la asunción de Fernández. Balaguer obtuvo para su partido unos muy pobres resultados en las legislativas del 16 de mayo de 1998, 16 diputados con el 16,8% de los votos, pero ser el dirigente de la tercera fuerza parlamentaria y estar ausente del Ejecutivo no fueron óbices para que siguiera conservando una asombrosa omnipresencia: todas las iniciativas legales del Congreso con trascendencia política o económica siguieron sometidas a su escrutinio, mientras que la confección de las listas de los candidatos a diputados y senadores del PRSC continuó siendo un menester exclusivamente suyo.
Completamente ciego, sordo e incapaz de hablar o de mantenerse en pie más que unos pocos minutos, Balaguer todavía obtuvo del PRSC la nominación para las elecciones del 16 de mayo de 2000, convirtiéndose en el más anciano aspirante a la presidencia de una república en la historia de los procesos electorales de todo el mundo. Ésta era su novena lid presidencial, un registro inigualado por nadie en ningún lugar y en ninguna época.
Desplazándose en un vehículo especialmente acondicionado y visitando áreas rurales donde era recibido como un hombre providencial con atributos poco menos que sobrenaturales, el Doctor desplegó una campaña al más viejo estilo populista, buscando el contacto humano, repartiendo a los congregados obsequios y los famosos "sobrecitos" llenos de dinero, y centrando sus sucintos discursos en la lucha contra la pobreza, la protección del medio ambiente y la defensa de la "dominicanidad". Con todo, según una encuesta, el 80% de los ciudadanos creía que Balaguer no estaba capacitado para gobernar.
En las últimas elecciones del siglo, Balaguer quedó en tercer lugar con un meritorio 24,6% de los votos tras Danilo Medina Sánchez, del PLD -a quien, de hecho, a punto estuvo de rebasar- y el ingeniero agrónomo Rafael Hipólito Mejía Domínguez, del PRD, quien se quedó a una décima de la mayoría absoluta pero que se ahorró la segunda vuelta al conceder la derrota el candidato oficialista, luego de constatar que Balaguer no iba apoyarle, como había sucedido con Fernández Reyna en 1996.
En los últimos meses de su vida, Balaguer no interrumpió la actividad política, tan decisiva como siempre. Se encargó de confeccionar las listas del partido para las elecciones al Congreso del 16 de mayo de 2002 (en las que el PRSC siguió sumido en la tercera posición, si bien subió de los 17 a 36 diputados, retardando un probable hundimiento cuando desapareciera el viejo caudillo) y mantuvo contactos con Mejía para una posible cooperación política, todo lo cual provocó malestar en sectores del partido que no consideraban positivo que la formación dependiera tanto de la capacidad de maniobra del casi sacralizado líder.
Otras personas insinuaron que el centenario en ciernes, convertido en un ermitaño en su residencia junto con sus sirvientes y sus perros, personificaba un proceso de toma de decisiones decididamente arcaico. Nominalmente, Balaguer seguía siendo el cabeza del partido, si bien el ex jefe del Estado Reid Cabral venía presidiendo en funciones el Directorio Central Ejecutivo. Estas divisiones sólo denotaban la incertidumbre general por el futuro de una formación para la que su jefe vitalicio no iba dejar un delfín o sucesor conocido.
El 4 de julio de 2002, en plenas negociaciones con los representantes del PRD para consensuar una reforma constitucional sobre la bajada al 45% del listón para ganar las elecciones presidenciales en la primera vuelta (cambio que fue considerado letal para los intereses del partido por varios socialcristianos, lo que no hizo sino ahondar las divisiones internas) y la reintroducción de la reelección presidencial, y con otra reunión con Mejía en la agenda, Balaguer fue hospitalizado de urgencia con una úlcera sangrante en el estómago. Días después, fue conectado a la respiración asistida y se le practicó una traqueotomía. Por último, en las primeras horas del 14 de julio, tras sufrir una nueva hemorragia gastrointestinal, Balaguer falleció a causa de un paro cardíaco mientras dormía. Tenía 95 años.
Sólo unas horas antes del deceso, la Asamblea Nacional Revisora aprobó parte de las reformas a la Carta Magna en el sentido propiciado por Balaguer. Después de las muertes de Peña Gómez en mayo de 1998 y de Bosch en noviembre de 2001, la desaparición de Balaguer, que se llevó a la tumba el enigma de su auténtica personalidad, clausuró un dilatado capítulo de la política dominicana.
El cuerpo de Balaguer estuvo expuesto en velatorio público en su vivienda en la avenida Máximo Gómez de Santo Domingo durante tres días, los mismos que duró el duelo oficial decretado por el presidente Mejía. El 17 de julio se celebró un tumultuoso funeral de Estado con un coro de alabanzas, pero también de execraciones formuladas por los familiares de los muchos asesinados durante sus primeras presidencias. Después de recibir honras fúnebres en el Palacio Nacional y celebrada la misa de cuerpo presente en la iglesia de la Paz, Balaguer fue inhumado en el panteón familiar del cementerio Cristo Redentor, donde reposaban sus padres y seis de sus siete hermanas.
7. Una ingente obra literaria
Como artista de la pluma, faceta que fuera de su país quedó eclipsada por su fuerte perfil político, Balaguer tuvo, como se apuntó arriba, una producción variada y copiosa, para la que siempre encontró tiempo no obstante sus responsabilidades institucionales. En verso tocó los temas líricos de temática intimista, las elegías y los panegíricos a los héroes nacionales dominicanos. Estas composiciones están recogidas en los libros Salmos paganos (1920); Claro de luna (1922); Tebaida lírica (1924); Cruces iluminadas (1974); La cruz de cristal (1976); Galería heroica (1979); Huerto sellado (1980); Voz silente (1983); y La verdad transparente (1987)
En prosa, su extraordinaria erudición le permitió saltar con soltura del ensayo político y sociológico a la exégesis y la crítica literarias, donde produjo algunos títulos recomendados por universidades del continente como libros de texto y de referencia, y del estudio histórico al comentario autobiográfico con finalidad didáctica, sin olvidar la novela.
Las biografías oficiales citan los siguientes títulos personales y antologías: Ensayo del escritor Federico García Godoy (1927); Nociones de métrica castellana (1930); Heredia, verbo de la libertad (1939); Letras dominicanas (1941); Guía emocional de la ciudad romántica (1944); Historia de la literatura dominicana (1944); En torno a un pretendido vicio prosódico de los poetas latinoamericanos (1944); La política internacional de Trujillo (1947); Los próceres escritores (1947); Semblanzas literarias (1948); El Cristo de la libertad (1950); Principio de la alternabilidad en la historia dominicana (1952); Apuntes para la historia prosódica de la métrica castellana (1954); El pensamiento vivo de Trujillo (1955); La palabra al servicio de la libertad política (1957); Colón, precursor literario (1958); El centinela de la frontera (1962); Apuntes para la historia de los Trinitarios (1966); Temas históricos y literarios (1974); La isla al revés (1983); Los carpinteros (1983); Memorias de un cortesano en la era de Trujillo (1988); Yo y mis condiscípulos (1996); España infinita (1997); y Grecia eterna (1999).
En añadidura, sus más importantes discursos políticos y piezas de oratoria sobre diversos temas -varios de ellos han sido calificados de "memorables" por comentaristas nacionales- están recopilados en los libros: La marcha hacia el Capitolio (1973); La palabra encadenada (1975); Mensajes Presidenciales (1978); Pedestales (1979); Entre la sangre del 30 de mayo y el 24 de abril; Mensajes al pueblo dominicano (1983); y La voz del Capitolio (1984). En 1990 compartió el Premio Nacional de Literatura junto con Bosch y en 2000 aparecieron sus últimos trabajos literarios: La raza inglesa y El Cristo de la libertad: vida de Juan Pablo Duarte, tratándose esta última de una reedición de su ensayo de 1950.